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Ex colaborador de T.W. Adorno en su juventud, Alexander Kluge comenzó su carrera cinematográfica como asistente de Fritz Lang y pocos años más tarde se erigió en “padre” del Nuevo Cine Alemán, movimiento que revitalizó el cine de ese país y que posibilitó el surgimiento de directores como R. W. Fassbinder, Werner Herzog y Wim Wenders. Las 120 historias que componen este libro, parciales y “subjetivas” según nos advierte el propio Kluge, tratan de la edad temprana del celuloide –ese cinéma impur de tiempos en que la imagen cinematográfica combinaba elementos del teatro, las artes plásticas y la literatura–, de la azarosa separación entre cine documental y de ficción, y de cómo el sol, a través de su juego de luces, fue quizá pionero del cine de autor. Narran el brío con el que las masas se apropiaron de ese cine reciente, los avatares de un nacionalsocialista en Hollywood, los proyectos truncos de Tarkovski y de Fritz Lang, y se interrogan por la posibilidad de poner en imágenes la plusvalía o el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero por sobre todo atestiguan una cosa: que el “principio cine” –tan antiguo como el sol y las representaciones de luz y oscuridad en nuestras mentes– surge mucho antes que el arte de filmar ya que se basa en la comunicación pública de lo que nos “mueve por dentro”; y que esa utopía que tiene lugar desde antaño en la cabeza del espectador no desaparecerá con la llegada de la tecnología digital, pues incluso cuando los proyectores hayan dejado de traquetear habrá siempre algo que “funcione como cine”. Con catorce largometrajes y una treintena de cortometrajes documentales y de ficción, casi 3000 programas culturales para la televisión, cerca de 4000 páginas literarias y otras tantas en clave de ensayo, el conjunto de la obra de Alexander Kluge (Halberstadt, 1932) constituye el inventario multimedia de un recolector incansable, un buceador de historias, cuya forma y contenido transforma diluyendo las fronteras entre documentación y ficción, entre el reportaje, la narrativa y la poética. “Mi obra principal son mis libros”, advierte, sin embargo, sobre sí mismo. Después de estudiar ciencias jurídicas, historia y música sacra, Alexander Kluge se doctoró en derecho con una tesis sobre la autarquía de la institución universitaria mientras trabajaba como consultor jurídico del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, codo a codo con Theodor W. Adorno. Con la esperanza de alejar al joven Kluge de la literatura, Adorno le consigue una pasantía con Fritz Lang que estaba rodando La tumba hindú. Es en la cafetería de los estudios de filmación donde Kluge da forma a su primer volumen de relatos: Lebensläufe. Anwesenheitsliste für eine Beerdigung (“Currículos de vida/Biografías. Lista de asistentes a un entierro”), publicado luego en 1962. Un año antes, Kluge había estrenado su primera película, el cortometraje Brutalidad en piedra: un profundo análisis del Nacionalsocialismo a través de su arquitectura, que Kluge dirige con Peter Schamoni. En ese momento es también que nace el Nuevo Cine alemán, aquella cinematografía gestada en las postrimerías de la posguerra cuando Alemania comienza a despegarse de la era de Adenauer. El Nuevo Cine Alemán sale a escena en 1962 al grito de “el cine de papá está muerto” y con un manifiesto, el famoso de Oberhausen, redactado por un grupo de 26 jóvenes cineastas de pluma ácida entre los que descollaba un joven abogado: Kluge. De la misma época data la creación del Instituto de Cinematografía en la Escuela de Diseño de Ulm, que Kluge funda y dirige junto con Edgar Reitz y Detten Schleiermacher. Kluge deviene así el agitador práctico de este movimiento que busca abrirle paso en Alemania al cine de autor y proclama una cinematografía que “realmente tenga que ver con las experiencias de las personas”. El “padre” del Nuevo Cine Alemán sabe que la cooperación es la única forma de lograrlo, por lo cual promoverá años más tarde las películas colectivas Alemania en Otoño (1978, dirigida junto con Rainer Werner Fassbinder, Edgar Reitz y Volver Schlöndorff, entre otros, y que ofrece una mirada conjunta sobre la Alemania de finales de los ´70 y el grupo Baader-Meinhof), El Candidato (1980) y La guerra y la paz (1982/1983, sobre la crisis de los misiles). En 1966 Kluge estrena su primer largometraje Adiós al ayer y se convierte en el primer realizador alemán, tras la guerra, en ganar el León de Plata en el Festival Internacional de Cine de Venecia. En 1968 gana el León de Oro por Artistas bajo la carpa del circo: perplejos, y con esto se le reabren al cine alemán las puertas de Europa. Pero Kluge no se queda quieto; su compromiso con el devenir de la historia alemana y la esfera pública de su país se vuelve implacable: desde finales de los ´60 se dedica a boicotear la Ley de Promoción Cinematográfica, promulgada en 1967 por impulso de asociaciones de empresarios de la industria del entretenimiento: un “cartel lacrimoso y sentimentalista”, dice. Así, en representación de la Asociación de Nuevos Productores de Largometrajes de Alemania participa en las comisiones parlamentarias y logra imponer una solución de compromiso que constituirá la base de la primera gran reforma en 1973/74: la nueva ley contempla un “acuerdo entre el cine y la televisión” que entre otras cosas obliga a las cadenas de televisión a invertir una parte mayor de su presupuesto en el cine mediante la creación de un fondo de promoción de coproducciones que, pasado un determinado tiempo del estreno, puedan mostrarse también en la TV. La modificación fue determinante para la existencia de directores como Wim Wenders, Werner Herzog o R. W. Fassbinder. Más tarde se estipula también que los canales privados deben poner a disposición una parte de su aire para programas culturales. Acostumbrados a una producción en gran escala, los productores de televisión no hicieron uso de ese espacio que, ni corto ni perezoso, Kluge ocupa con experimentos de corte ensayístico y largas entrevistas a personajes diversos de las ciencias, la cultura y la vida pública: Heiner Müller, Gorbachov, George Tabori, Herzog, James Baker III, Weizsäcker, Jean-Luc Godard, Kenzaburo Oé, Peter Sloterdijk, Hans-Magnus Enzensberger o Christoph Schlingensief. Para camuflar en la televisión el principio de autor, Kluge crea su propia productora dctp (=development company for television programs) y se asocia con algunos multimedios. Por su labor en la TV, recibió premios como el Hans-Joahim Friedrich de la televisión pública en 2001 y el Adolf Grimme en 1990, 2001 y 2010. De la obra literaria de Alexander Kluge cabe destacar la novela “Procesos de aprendizaje con desenlace mortal” (Lernprozesse mit tödlichem Ausgang, 1973), y los libros de relatos “Crónica de los sentimientos” (Chronik der Gefühle, 2000) –dos volúmenes de unas 1000 páginas cada uno que recogen también los relatos publicados en los ´60 y ´70–, El hueco que deja el diablo (2003, vers. cast. Anagrama 2007), “El arte de hacer diferencias” (Die Kunst, Unterschiede zu machen, 2003 ), “Puerta a puerta con otra vida” (Tür an Tür mit einem anderen Leben, 2006) , “El laberinto de la fuerza amorosa” (Das Labyrinth der zärtlichen Kraft, 2009), además de Geschichten vom Kino (2007) publicado por Caja Negra Editora. Como ensayista reeditó en 2002 con el título de “El hombre subvalorado” (Der unterschätzte Mensch) los tres volúmenes en torno a la esfera pública escritos entre 1972 y 1993 junto con el sociólogo Oskar Negt. Entre las principales distinciones a su multipremiada labor literaria se cuentan: el premio Kleist en 1995, el Lessing en 1990 y el Lessing a la crítica en 2002, el de la fundación Heinrich Böll en 1993, el Georg Büchner en 2003 y el T.W. Adorno en 2009. Como realizador de cine, además de Venecia, ganó premios en los festivales de Oberhausen y los internacionales de Cannes y Berlín. Para coronar una larga serie de conmemoraciones a su persona como figura fundamental de la cultura alemana, Alexander Kluge recibió en 2007 la Gran Orden al Mérito de la República Federal de Alemania y en 2008 el Premio de Honor de la Academia de Cine Alemana. Carla Imbrogno
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