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María Rosa Oliver (1898 -1977) ocupó una posición peculiar en el campo cultural argentino. Por su origen social y como miembro del consejo de redacción de la revista Sur, pertenecía a la elite argentina y letrada. Al mismo tiempo fue militante comunista, feminista y por su compromiso con la lucha antifascista durante la Guerra Civil Española –y luego con la Revolución Cubana– estuvo ligada a sectores de izquierda. Este doble vínculo facilitó su actividad en las redes culturales de escritores de América Latina, Estados Unidos y Europa. Mi fe es el hombre es la tercera parte de su autobiografía y cubre un período que comienza en 1936 y se extiende hasta los años 70 del siglo XX. Se trata de una época de gran intensidad en las relaciones americanas y donde florecen las redes culturales impulsadas por una alianza contra el enemigo común. La politización de la cultura tuvo un efecto productivo sobre el mundo literario: fortaleció vínculos de amistad, habilitó diálogos improbables y permitió alianzas contingentes que en otros contextos no hubieran existido.
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