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Los poemas de Analía Giordanino, como esos almanaques con santoral y lunas, nos salvan de la descreencia para situarnos ante una fe devenida poesía: la veneración de todo lo que está vivo como esas cebollas moradas que poguean y la fiesta de flores en el cementerio. La voz poética de esta terrícola nos revela que habitar la tierra no es un estado natural sino una construcción incierta, por ratos inquietante, por ratos adrenalínica: “No puedo más de encendida”. Carina Radilov Chirov
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